El hombre yacía boca abajo. Los pies atados con piola y una camisa enrollada en la cabeza haciendo de mordaza y envolviendo los brazos. Muerto de un par de días largos al momento que  Comisión Policial se llegó a la Finca “El Paso”, situada en una lengüeta de tierra argentina entre el Bermejo y el Tarija, para el  3 de enero.
     Ángel Romero (71) era el sereno y cuidador de los galpones a cuenta de Porras el propietario. A primera vista parecía asfixiado con su propia ropa.
    La autopsia lo negó. HABIA MUERTO A PATADAS. Con el pulmón atravesado por la quinta y sexta costilla fracturada y el hígado estallado. Así de hijos de puta habían sido los ladrones.
     Esta “calidad” de los asesinos se desprendía de las puertas metálicas forzadas a palanca del deposito de agroquímicos y semillas verificado a metros del cuerpo, camino por medio. Allí se veían huellas de auto circundando por un mamarracho de pisadas en el barro que no iban a ningún lado. Llovía. Los restos del trabajador, argentino de nacionalidad fueron entregados a unas hermanas lugareñas.
     Sus datos quedaron asentados en unas cuantas hojas de actuaciones por homicidio en ocasión de robo. Contra NN. El sitio, al que se accede 27 kilómetros por tierra boliviana desde Bermejo, está olvidado de Dios y del Estado. Por eso lo usan los ladrones de motos. Para pasarlas. Se puede conjeturar que alguno fantaseó la papa del viejito solo su alma custodio de una fortuna en insumos agrícolas que se venden mas fácil que caramelos. Si los reconoció, ya no va a poder decirlo.