A unos pocos kilómetros de Embarcación al norte, mas allá de la algodonera, entre los mojones 1352 y 1353 de la ruta nacional 34, un remis del pueblo venía y un camión iba la madrugada del 20 de Diciembre, ambos con una sola persona al mando. Estaba escrito que se toparían de frente muriendo los dos.
El jujeño Miguel Otazo (44) viajaba a Bolivia en un Scannia blanco con semi, cargado con cebada para hacer cerveza en Cochabamba. Rubén Romero (50) volvía de un servicio a Senda Hachada al volante de su Renault 9 gris. Por alguna razón que quizá nunca se sepa el remis se cruzó de carril incrustándose en la mole que lo arrastró de vuelta a la banquina contraria escupiéndolo en pedazos antes de quedar volcado ruedas para arriba. Un panorama desolador fue el que encontró la policía al llegar.
El remisero murió de forma instantánea en el horror de su mutilación producto de irse despedazando junto a su vehículo en el fragor del arrastre. El camionero apenas movió un par de veces las piernas antes de fenecer apretado medio cuerpo saliendo por la ventanilla y el otro medio a punto de desprenderse dentro de la cabina convertida en fuelle. Trabajaron muchas horas para sacarlos.
La tragedia en lenguaje leguleyo fue un doble homicidio en acidente de tránsito que a nadie se podrá imputar porque nadie se salvó. El destrozo de los cuerpos consta en las autopsias y en la retina de los testigos. No llovía. No había bruma. Cabe achacarle el doloroso suceso a ese segundo crucial de monda tirada al aire que decide todo.
Lo sabe un repartidor de soda de Orán que ese mismo día, cinco horas después, arrancó su camioneta del negocio del barrio Constituyentes en el que acababa de descargar sin ver a una nenita de un año y medio que estaba jugando delante con la desgracia de fin del mundo que la aplastó con las ruedas. Ludmila Quiroga se llamaba la angelita. A Edmundo Cruz (44) lo demoraron con una cargo de homicidio para llorar a los gritos.
